sábado, 10 de junio de 2017

Nueva Religión.

Estaba yo lavando los trastes y eran las nueve de la noche. ¡Oh! Cuanto lo siento, eh supuesto directamente que el lector se sabe mi rutina. ¡Ni siquiera me eh presentado! Mi nombre es Allan Novak y tengo 32 años. Se me hace que contarle, estimado lector, otros aspectos, es demasiado irrelevante. Prosigamos. Estaba yo lavando los trastes y volcando el agua de los vasos sucios y recordé. Joder que logre recordar aquello que había enviado a un rincón de mi mente, sin la fuerza necesaria para borrarlo por completo. Por amor supongo. Tenía alrededor de 12 años y vivía con Madre en casa, teníamos un recién nacido en esos años: mi hermano. Recuerdo que cuidaba de él todos los días. Desde que ella se iba hasta su regreso. Despuntando el alba y ya entrada la noche. Tiempo después recién me entraría que tipo de trabajos hacía o pero claro no podía yo reclamarle nada. ¡Era un mantenido, Querido Lector!. Pero luego seguiré con los detalles de Ella.
Ese día Victor enfermó, bueno, esa noche. YO SOLO TENÍA DOCE MALDITOS AÑOS QUERIDO LECTOR. Estaba asustado, en pánico. La criatura lloraba como si la estuvieran exorcizando y mi madre no llegaba, no lo hizo hasta que el suelo estuvo carmesí. Él lloraba y tenía fiebre, mucha fiebre. Y yo ore, ¿a quién? se preguntará el lector, pues claro, a mi ¿Dios? Claro que recé a Dios, Madre, ¿cuál es la diferencia? Al fin y al cabo, solo es rendir cuentas. La cosa es que ella nunca contesto. NUCA LO HACE QUERIDO LECTOR. Y él lloraba demasiado, sentía que se romperían mis oídos si no lo hacía. Santifique el agua y lo ungí en su frente, ¿que mas podía hacer? Y se la puse en su frente, dije unas incordias y actué como Dios. Como mi propio Dios. Y la criatura se callo. El llanto cesó y yo podía volver a respirar. Pero él no, él nunca lo hizo. Y ella llegó. Debe saber, mi estimado amigo (¿Puedo llamarlo amigo? Le prometo que no estoy loco, solo quiero ser cercano a usted, por favor, no se moleste). ¿En qué estaba? Ah, sí. Ella llego y cayó dormida a mi lado mientras yo levantaba la cabeza. Las madres siempre tienen su aroma, ¿saben?. Algunas huelen a polvo y agua con jabón esos especiales para la ropa, otras a lápices recién tajados y el olor de una plancha recién pasada por la ropa. ¿A que olía tu madre, Querido Lector? Discúlpame por la osadez pero es la clase de preguntas que no puede dejar en el aire. Para que entremos en confianza te diré a que olía Madre, ella olía a sexo y sangre, y aunque no es un olor en sí, también olía a sufrimiento mientras lloraba con sollozos lentos contra la cama. ¡Yo solo tenía doce años! Y pensé que mientras se volteaba a acariciarme la cabeza a las tres de la mañana, era el momento exacto. No fue una. No fueron dos. Fueron doce puñaladas en medio de sus pequeños pechos con los que nos había alimentado a mi y a mi anterior hermano por años. Perdón, ¿me olvidé de recalcar? Mi hermano se había ido alrededor de cinco horas. Ese pequeño cadáver no era Victor. Mi Victor.
Ella me miró con los ojos abiertos pero siempre con una sonrisa en los labios. ¡Oh cómo la amaba!. Entendí, Querido Lector, que ella siempre fue lo mejor que tendría en la vida. Alcanzo a acariciarme la mejilla mientras enterraba en ella el cuchillo de la primera puñalada. Casi podía sentir como me agradecía con ello lo que hacía. Yo solo quería liberarla. Y lo hice, Querido Lector. LO HICE. No podía esperar a contarle a Madre que la liberé. ¡Cuán orgullosa estaría ella de mí!
Era el escenario más hermoso que pudieses ver. Describírtelo es poco y peor aún lo que podrás imaginar, pero intentaré describírtelo. Salí por la puerta delantera y rodeé la casa (quise ver que no hubiese nada fuera y dar una pequeña caminata, ¿te dije que vivíamos de cuidantes en una casa?). En el patio de atrás pude verlas; las estrellas plegaban el cielo y la sangre en mi polera comenzó a secarse, junto que la de mi barbilla y labios. Cavé un tumba. Primero bajé al cuerpo que antes perteneció a mi hermano, al sol de mis días. Tuve cuidado de alzarlo como si fuera un pequeño gatito. ¡No quería que Victor se enojara conmigo por lastimar su cuerpo! Y lo dejé en el pasto verde al lado de la tumba improvisada. Luego volví a subir al cuarto, la ventana abierta y ella libre. ¡Oh Querido Lector! ¡Si solo la hubieses visto! Jamás la había visto mas hermosa, su falda de cuero negra junto con su solera descotada con la cual salia a trabajar formaban con ella en la cama un vestido, en el cuál resaltaba la sangre ya seguramente seca. Sus ojos cerradas y esa pequeña sonrisa. ¡OH SU SONRISA!. Bajé su pequeño cuerpo como pude. Tarde hasta que el solo comenzó a salir para bajarla al patio. Es que como sabras, yo no quería que se lastimara un solo cabello en ella, era Madre; la coloque en el hoyo, en posición fetal. Luego a mi amado Víctor a su lado, en la misma posición, de manera que quedarán como dos fetos. Así es. Ellos nacerían... NO, perdona mi ignorancia Querido Lector, ellos florecerían, como siempre merecieron. Eche tierra hasta que estuvo cubierto y lance dos semillas, de rosas blancas, pero claro. Eran las siete de la mañana cuando terminé. Y salí. Y caminé. Caminé. Caminé. Caminé.
Solo podía pensar que era lo mejor para ellos, para mí, para Ella.
Jamás había amando tanto a dos personas, fue la única vez que caí enamorado. Bueno, eso hasta diez años después. Pero eso, Querido Lector, es otra historia.


                                                                                                                                       -C.S.C-

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